Enterrado bajo el metal late su corazón.
Prisionero de una armadura de dolor,
de la que es consciente a ratos,
lucha cada día por crear su camino.
Muchas veces fue herido su niño interior,
el mismo que ahora se ahoga.
Es un alma bella aprendiendo a volver a ella,
desprendiendo su color con cada gesto de amor.
Un amor que se empaña de lágrimas calladas,
cuando olvida todo su valor.
Y entonces saca de nuevo su espada,
olvida que cada vez está menos afilada,
y es su propio corazón quien la deja de nuevo enfundada.
El metal va perdiendo grosor,
a paso lento.
Ella supo de su valor,
siempre vio su gran corazón,
así como la armadura que lo envolvía.
Y quiso quedarse con él para siempre,
testigo de su valía.
Sus almas se reconocieron al verse,
y sus corazones prometieron siempre quererse.
La dama disfrutaba de su compañía.
de su coraje,
de su corazón,
de su humildad,
y de su generosidad.
Y así vivieron para siempre,
guiados por aquella energía que los envolvió un día.
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